Para muchos no es fácil
entender que se pueda sentir placer al observar, generalmente a escondidas, a personas desnudas, en vías de
estarlo o practicando el acto sexual. Esta afición recibe el nombre voyeurismo, y en más del 90% de casos se presenta en hombres en cuya
infancia recibieron estricta educación.
El voyeurismo es catalogado por la sexología como
una de las más de 130 parafilias conocidas, entendiendo éstas como las
distintas maneras que tiene el ser humano de lograr su satisfacción sexual más
allá de la relación íntima tradicional.
El término proviene del francés voyeur (mirón) y
encierra en buena medida su excitación en el hecho de esconderse para observar,
en otras palabras, no ser descubierto genera una emoción que incrementa el
placer que produce lo que se está viendo. Es por ello que algunos especialistas
no reconocen como voyeuristas a quienes son aficionados a la
pornografía o a quienes pagan por ver un acto sexual en vivo.
Es importante reiterar que contra lo que se suele creer, el
voyeurista suele no recurrir a agresiones o amenazas, y prefiere fisgonear a
violar o abusar sexualmente.
Cabe señalar, que quien tiene este tipo de tendencias busca
saciar sus instintos al acudir a lugares públicos, como parques o playas, o
bien hacer uso de cerraduras o rendijas de puertas por las que apenas se pueda
echar un vistazo. No obstante, algunos estudiosos de este tipo de casos, como
los sexólogos Charles Gellman y Gilbert Tordjman, sólo consideran auténtico
voyeurismo aquel que se practica con un elemento intermedio, por ejemplo,
binoculares, catalejos o una cámara.Por otra parte, cabe destacar que los
psicólogos consideran al voyeurismo problema mental cuando se lleva a cabo durante seis o más meses
en forma continua, y que bien puede ser síntoma de una alteración psíquica, que
en ocasiones puede ser grave.
Los especialistas en salud mental indican que las tendencias en este
tipo de parafílico se gestan en los primeros 18 meses de vida, pero se
consolidan entre los 5 y 8 años, cuando en el cerebro se conforma el sentido
del pudor; sin embargo, es entre 20 y 40 años cuando se harán evidentes sus
rasgos. Es común que quien sufre este problema durante la adolescencia tengan
grandes dificultades para relacionarse socialmente con las chicas de la misma
edad, sin que ello signifique que haya tendencias homosexuales.
CAUSAS
Estudios al respecto
señalan que un adulto con este problema revela que en su niñez y pubertad
recibió estímulos visuales, auditivos o táctiles, que por razones variadas
adquirieron particular significado para él o ella. Por ejemplo, en algunos
casos su origen puede relacionarse con abuso sexual infantil, o con la
prohibición cruel y reiterada para manifestar su curiosidad infantil en torno a
temas sexuales. Particularmente, el inicio del voyeurismo está asociado a la
excitación sexual tras la observación, tal vez casual, de una desnudo o una
pareja, tratándose en muy alto porcentaje de los padres.
TRATAMIENTO
El voyeur difícilmente
acude por propia voluntad a resolver su problema; generalmente es obligado por
un familiar o, incluso, por orden de un juez. La terapia en quienes suelen
vivir episodios esporádicos no va más allá de sesiones individuales o en grupo,
pero en quienes lo manifiestan como rasgo de conductas compulsivas que ponen en
riesgo su integridad física y las de otros, se prescribe medicación y
psicoterapia.
PENALIZACIONES
En algunas culturas
el voyeurismo se considera una perversión y varios países lo han clasificado
como un delito sexual:
·
El Reino Unido agregó esta ofensa al Sexual Offences Act of
2003, criminalizando el acto de espiar a alguien sin su consentimiento.
·
Canadá promulgó una ley similar a
finales de 2005, declarando al voyeurismo un delito sexual.
·
EE. UU. también penaliza esta práctica
y en nueve estados del país hay leyes que castigan específicamente el “video
voyeurismo”, lo cual implica filmar a alguien sin su consentimiento
mientras se encuentra en situaciones privadas.
Esta parafilia se ve perfectamente en una parte de
la pelicula : MONSIEUR
HIRE de Patrice Leconte, 1989
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